La vida y la obra de un púgil sin contrincante

Yo no pedí estar aquí. Yo no pretendo entenderos ni que me entendáis. Yo no pretendo pasar a la posteridad; tan sólo, que me dejéis hacer mi vida, por extraña que os resulte...

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25.11.06

ALEGATO CONTRA LA RUTINA (Para Isabel…)


Tenía un compañero que era el vivo paradigma de la rutina (un chaval al que admiro y que era y es de puta madre, por cierto…). Todas las mañanas celebraba su particular liturgia a la hora del desayuno y el posterior cepillado de dientes. A veces, si aun faltaban unos minutos, según su sincronizado reloj, para salir de casa a la hora exacta que él tenía planificada, se sentaba en el sillón a mirar el segundero y a esperar a que alcanzara su lugar exacto en la esfera del reloj. Yo, y no exagero, muchas veces me guiaba por sus movimientos; me llegaban a resultar más fiables que mi cronógrafo…

Si afinabas un poco más, incluso podías llegar a adivinar el día del mes que era, aunque, por ejemplo, te hubieran metido dos semanas en una celda de aislamiento antes y de repente te soltaran en nuestro piso. Malas lenguas afirman que hasta tenía escrupulosamente anotadas las noches de la semana en que se masturbaba, y que no rompía ese ceremonial por nada del mundo; aunque yo nunca me lo creí, conste.

Isabel me manda su foto en tono sepia, y explica: “…para romper con la rutina, más que nada…”. Bravo. Parece algo nimio y sin importancia, pero tiene razón. La diversidad cromática también puede llegar a ser mortalmente monótona.

No estaría mal, imagino, que nuestro cerebro articulara mecanismos para, aleatoriamente, hacernos ver el entorno en determinadas longitudes de onda concretas. Así, dejaríamos de estar constreñidos por el “visible” y, por ejemplo, dos días al mes ver en el rango de “infrarrojos”; otros cinco, en “ultravioleta”; otros más, en tonalidades fucsia o verde pistacho, o amarillo lima… no se. Quizás así, al no poder distinguir un matiz claramente identificable de color en los rostros, en las manos de los demás, nos volveríamos menos prejuiciosos; menos racistas, si cabe.

No satanizo los comportamientos rutinarios, ojo. Si vuelvo al caso de mi compañero, él era y es un tipo feliz, un tipo con su propia personalidad y humor. Un tipo que cae bien. Interpretó que el camino idóneo para llegar a triunfar y a hacerse un hueco se cimentaba en una disciplina y unos hábitos que en ningún momento nadie le impuso. Y va por buen camino, doy fe.

Pero satanizo esa imposición precisamente. Satanizo cualquier tipo de imposición. Cualquier tipo de convencionalismo.

Busco “sociopatía” en el diccionario de la Real Academia, y el término no figura. Así que me tengo que ir a otro diccionario de una Academia de la Lengua de una Comunidad Autónoma (existe) y me contento con la siguiente definición:

"Trastorno básico de la personalidad que se manifiesta con comportamientos
antisociales y problemas de inadaptación social; por ejemplo, en casos de
criminalidad, delincuencia, toxicomanía, alcoholismo, etc.
A diferencia del
psicopático, las conductas antisociales del sociópata dependen de factores
socioculturales más que fisiológicos.".


En Japón, a un síndrome relacionado con esta definición se le conoce como el “Síndrome de Hikikomori” (ver el primer post de este blog). En una sociedad de rutinas y costumbres, no estar a la altura se convierte en el peor de los pecados. El aparente aperturismo de este país, parece ser que no lo es tal de puertas para adentro. Allí, tu sueldo en una determinada empresa y en un determinado puesto de trabajo e, incluso, tu pensión de jubilación, dependen de tu nota de la prueba de acceso a la Universidad. Si bajas unas décimas, eres una auténtica “vergüenza” para tu familia. Si te niegas a plegarte a determinadas reglas del juego que “siempre han sido así”, eres el objeto de la mofa y el escarnio. Con trece, catorce o quince años, ni tú ni nadie puede soportar tal presión. Los chicos y chicas se atrincheran en casa, en una habitación… y ya no salen más (hay casos de reclusión voluntaria que han acabado en fallecimiento) o salen muy mal parados. Los padres, los hermanos, no buscan ayuda, porque eso significaría airear el problema y estar en boca de los vecinos; así que pasan comida y elementos básicos al “Hikikomori” para que subsista, y no abren la boca.

De juzgado de guardia…

Isabel no es feliz con su rutina. Pero hay que comer todos los días; ella se adapta, subsiste y no se acomoda. Y, de cuando en cuando, también se fotografía en sepia para “romper con la rutina”. Con un par. Los cambios consisten en pequeños actos encadenados, no en explosiones atómicas cuya onda expansiva, al final, no deja nada en mundos a la redonda para partir de cero. Al igual que el mayor dolor es el de intensidad baja pero continuada, el que parece que nunca cesa.