La vida y la obra de un púgil sin contrincante

Yo no pedí estar aquí. Yo no pretendo entenderos ni que me entendáis. Yo no pretendo pasar a la posteridad; tan sólo, que me dejéis hacer mi vida, por extraña que os resulte...

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Lugar: Torrox, Málaga, Spain

4.1.07

“Y ME SALVÓ LA VIDA…”

Cuando atravesé el umbral de aquella puerta aquella mañana, recibí el aluvión de sonrisas que predecía Rose, la chica de Greeblech que se las sabe todas y que, en los últimos años, se había convertido en mi confesora. En mi musa.

Rose se ha curtido en el barrio. Sabedora del poder de las apariencias, había preferido colocarse siempre en un estratégico falso-primer plano, sin abrir demasiado la boca y sin cerrar demasiado las orejas, aprendiendo a medir los silencios y a establecer conexiones entre gestos y acciones hasta, casi, hallar la ecuación matemática perfecta que predecía el éxito o el fracaso pocos instantes antes de que se materializaran. Indistintamente.
Y su dominio de las apariencias le hizo ser la reina desheredada y nunca reconocida del ghetto, retirándose siempre en el momento justo, en el instante preciso en que las cosas empezarían a ponerse mal, siempre fingiendo que las ocupaciones que la sacaban de escena merecían muchísima mayor atención, le podían ofrecer una mayor gama de sensaciones, de peligro, de riesgo. Pero Rose era una chica, una chica del barrio; nadie la acompañaría nunca por miedo a que se generaran habladurías de cualquier género (flirtear con una “pava” de la misma calle era un pecado mortal, una aberración. Por otro lado, si los rumores surgían de según que malditas y apestosas bocas, podrían poner en duda la virilidad del más pintado…). Y ella escapaba, se salvaba, y “de cara a la galería” el resultado era un éxito. Ella leía y paseaba. Su escondite en el descampado, bajo la acequia, protegía su más valiosa posesión: su mente, su independencia, la libertad que respiraban sus ojos. Algún día saldría de allí, pero con toda una caja de herramientas vitales dispuestas a ser utilizadas.

Rose, en definitiva, sabía todo lo que Greeblech podía ofrecer… y todo lo que te podía robar si te dejabas seducir por su sucedánea sensación de protección, por su maldita y aviesa inercia.

Yo venía de “la parte buena”. En un mundo de corrección matemática y estadística ideal, nuestro encuentro hubiera sido simplemente una “anomalía del sistema”. Pero, afortunadamente, nuestro mundo se sustenta en las anomalías (Darwin, siempre Darwin, en esencia…).
Y nunca pude haber pensado que aquella chavala, en apariencia adoradora de los ritmos prefabricados y los vehículos modificados a conciencia, se iba a dirigir a mi en aquella tienda de discos casi vacía para decirme, sobre el disco de MAGA que sostenía en mis manos: “no te lo pienses más… no es tan bueno como el primero, pero sólo los dos primeros cortes ya merecen la pena de los euros que vale… además, en un tema, toca Floren, de LOS PLANETAS…”. Sin contestarle nada, pagué el disco como un autómata, lo metí en mi mochila y volví donde ella estaba para invitarla a un café y a un cigarrillo. “Vaya, gafapasta, pensé que ahora los pseudo-poppies usabais otras tácticas; ¿no te parece que andas un poco trasnochadito tú?”. Dos a cero y el dependiente muerto de la risa tras el mostrador. Salí de la tienda confuso y, unos pocos metros más adelante, volvió a abordarme: “Hey, dame fuego, anda… me llamo Rose y el café me gusta con dos azucarillos. Ven, allí no lo hacen del todo mal, al menos no parece agua de fregona…”. Y, tras encender el cigarrillo liado, me tomó del brazo y nos metimos en una cafetería en la calle de enfrente.

Amistad, sexo, amistad, amor, amistad, sexo, amor, amor, amistad… un cigarrillo.

Por eso, cuando atravesé el umbral de aquella puerta, yo debí saber que el aluvión de sonrisas se transfiguraría en una lluvia de guillotinas tarde o temprano…

Llevaba aquella mañana el descampado de Rose metido en una cajita con tapa dentro de un bolsillo de mi cabeza. Ella me lo prestó sin pedirme nada a cambio. Y yo no quise usarlo, aferrado a ese sentimiento del niño pequeño que nunca rompe el papel de plástico de su juguete favorito, del más preciado, porque no quiere gastarlo, porque no quiere romperlo, porque piensa que le durará siempre… sin saber que, así, deja de disfrutarlo…

Y Rose nunca empuñó el arma. Nunca me disparó un “te lo dije”. Y me salvó la vida.

2 Comments:

Anonymous Anónimo said...

todos tenemos un descampado en el que refugiarnos de vez en cuando. ¡un beso!

09:44  
Anonymous Anónimo said...

::: nunca subestimes el poder de un descampado

- contestandote a tu pregunta sobre Muse y en vista que no me salgo mucho mucho del tema del post ... bueno, no me esperaba mucho de el visto el caracter cada vez mas oscuro que estan tomando estos pavos... ahora eso si ... no deberias perderte un directo suyo ... ganan con creces

10:59  

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